Post-crucifixión: Messi, Dibu Martínez y todos nosotros detrás

Por Daniel Mecca

La foto final fue así: todos los jugadores argentinos dispararon para abrazar a Lautaro Martínez, que desde los 12 pasos la metió inexorable a la derecha del arco del gigante Andries Noppert de Países Bajos y selló a la Argentina en Semis tras una agonía digna de novela de Dostoievski.

Pero hubo otra foto, más invisible, más honda: la de Messi, solo, yendo directamente a abrazar al Dibu Martínez tras la victoria, el arquero argentino acostado boca abajo en la otra punta, desplegando su existencia con los brazos en cruz, el césped verde raspándole en la cara, sonando al palo como riff de post crucifixión, ese césped que minutos atrás había visto al Dibu volar con dos atajadas en clave Marvel (no, los penales no son suerte, son fundamento, temple, práctica), ese temple que había tenido el propio Messi en el segundo penal cuando la rozó apenas, fino, silencioso, con esa mirada Michael Corleone en el Padrino II.

Esa foto decíamos, entonces, la de Messi y Dibu, Ulises y Aquiles, abrazados como imanes (gracias, psicólogo de Dibu), abrazados como mitología griega, y esa sonrisa de Lionel de segundos atrás, de fondo, en ese trote feliz para buscarlo, ese Messi ganstereándola contra van Gaal, ese Messi mago que no lo puede hacer más lento.

Como escribió el poeta Mario Trejo en “Ultimatum a un joven poeta”: éramos sólo dos sobre la tierra. Pero éramos dos sobre la tierra. Y todos nosotros detrás.

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